Se dice que las cosas no se valoran hasta que se pierden, pues yo te invito a valorarlas ahora mismo y cada día.
Sito es nuevo en el pueblo y lo único que se
sabe de él es que siempre camina con la sonrisa puesta. Mira al cielo y el
cielo lo mira, escucha a los pájaros, al viento, a los insectos y ellos a él. Y
Sito sigue sonriendo. ¿Dónde está el truco?
— Buenos
días, Amalia.
— buenos
días, usted siempre tan feliz — Y ella se contagia de su alegría.
— Pero es
raro ese hombre, quizá esté un poco loco…
— O a lo
mejor le ha tocado la lotería y no lo quiere decir — Bromean en corrillo.
Hasta sus compañeros de viaje: el sol, la
lluvia, el viento… sienten curiosidad y deciden jugar a un juego.
— Y si consigo que deje de sonreír ¿Qué me
daréis a cambio?
— Pero
eso no vale — le rechista la lluvia al viento —tienes que averiguar por qué
sonríe.
— El que
lo consiga, podrá quedarse una semana; ese será el premio — sentencia la
tormenta que nunca se queda demasiado por aquellos lugares.
— Yo seré
el primero y así os ahorro trabajo — dice el sol seguro de sí mismo.
Y
el sol se le acerca, baja hasta colocarse a la altura de sus ojos y empieza a
centellear, quizá si lo molesta un poco…
— Gracias
sol, por tu caricia- es todo cuanto le dice.
El astro, avergonzado, se enciende en naranja
y se va ocultando. Las nubes se ponen por delante.
— Déjanos
intentarlo a nosotras.
Van
cubriendo el cielo, cambian sus colores esponjosos por un gris casi negro y el viento
y el trueno las ayudan.
— Sito,
vaya día se está poniendo. Mejor refugiarse en casa ¿no? — comenta Amalia que
ya va de regreso.
— ¿Y
perderme el espectáculo? Por nada del mundo— responde tranquilo y sigue
caminando dejándose empujar por el viento — un, dos, tres ¡trueno! Uno, dos, ¡trueno! — va contando; ahora aún sonríe más.
— ¡Quitaos
de en medio, esto es un asunto hecho a mi medida! —Dice la lluvia.
Y mientras cae, Sito suelta carcajadas y
salta sobre los charcos. Parece un niño ¿Será un niño disfrazado?
— Quizá
las moscas podáis hacer algo más. Le gusto
demasiado— se rinde la lluvia.
“zummmmmmm”—
tratan de incordiar las moscas.
— Vaya,
vaya, pícaros bichitos ¿tenéis hambre? — Sito abre un dulce que saca de su
bolsillo y deja unas migas para que las moscas se acerquen. Las observa con curiosidad, y luego sigue su
camino mientras ellas revolotean sobre el pastel.
Reunidos todos, deciden:
— Lo
mejor será que le preguntemos directamente el secreto de su felicidad.
— Mis
queridos amigos, el secreto de mi felicidad sois vosotros. La única manera de
arrancármela sería si desaparecieseis.
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